La distribución de la población europea no ha sido estable durante largos periodos, si bien su incremento ha sido notorio a lo largo de la historia, debido a la diferencia entre las tasas de natalidad y mortalidad y a los movimientos migratorios de todo tipo. A principios de la era cristiana, la parte más densamente poblada de Europa bordeaba el mar Mediterráneo. En la década de 1980 Europa tenía la densidad de población total más alta del mundo. La zona más densamente poblada era el cinturón que comenzaba en Gran Bretaña y continuaba hacia el este a través de los Países Bajos, Alemania, Checoslovaquia, Polonia y la URSS europea. En el norte de Italia también había una gran densidad de población. La tasa media de crecimiento anual de la población europea durante el periodo comprendido entre 1980 y 1987 sólo fue del 0,3% (en el mismo periodo la población de Asia creció cerca del 0,8% anual, y la de Estados Unidos un 0,9% anual).
En la misma época, hubo grandes variaciones en la tasa de crecimiento según los países europeos. Así, a finales de la década de 1980, Albania tenía una tasa de crecimiento anual del 1,9% aproximadamente y España del 0,5%, mientras que las tasas de las ciudades de Gran Bretaña no cambiaron significativamente y las de la antigua República Democrática Alemana descendieron. En conjunto, la lentitud de la tasa de crecimiento de población se debió sobre todo a la baja tasa de natalidad. Generalmente, los europeos disfrutan al nacer de una de las más elevadas tasas de esperanza de vida, unos 75 años en la mayoría de los países, si la comparamos con las mismas tasas en la India y la mayoría de los países africanos, por debajo de los 60 años. | |
Por otra parte, en comparación con las emigraciones del siglo XIX y principios del XX, muy pocos europeos salieron del continente. La mayor parte de las personas que dejaron Europa a finales del siglo XX emigraron a Sudamérica, Canadá o Australia. Encarta
DISTRIBUCIÓN DEMOGRÁFICAPrescindiendo de las desigualdades causadas por las diferencias de
tamaño entre las unidades territoriales de primer nivel en que se divide
el continente europeo, con microestados de elevada densidad como
Mónaco (más de 16.400 hab./km2), Malta (1.200 hab./km2) o San
Marino (430 hab./km2), y estados de tamaño diverso escasamente
poblados como Islandia (3 hab./km2), Noruega (15 hab./km2),
Finlandia (17 hab./km2) o Suecia (22 hab./km2), los poco más de 700
millones de individuos que habitaban en Europa en el año 2000 se
distribuyen siguiendo un sistema centro-periferia, localizándose las
regiones más densamente pobladas (más de 150 hab./km2) en un eje
que cruza el continente desde el S del Reino Unido hasta Italia,
pasando por el N de Francia, Bélgica, Luxemburgo, Alemania y Suiza,
mientras que los extremos meridional y septentrional presentan, en
general, una menor ocupación.
Esta distribución no ha sido estable a lo largo de la historia. En la
Antigüedad la región más poblada del continente fue la franja ribereña
del mar Mediterráneo, pero a partir de la Edad Media se produce un
desplazamiento del eje de mayor densidad hacia latitudes meridionales,
asociado a la intensificación de las actividades comerciales en las
ciudades hanseáticas.
En el siglo XIX este proceso se consolida, ya que la industrialización y
la urbanización refuerzan las diferencias entre Europa central y
meridional. En Europa oriental la distribución demográfica se ha
mantenido más estable como resultado del limitado desarrollo
industrial, la fijación de los campesinos en la tierra durante el siglo XIX,
y las políticas de fomento del poblamiento rural aplicadas por los
regímenes socialistas.

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